El gran problema de los síntomas de la esquizofrenia es que la mayoría de
ellos son subjetivos, es decir, dependen de que los refiera el paciente y no
existe forma alguna de comprobarlos de manera imparcial, por lo que sólo la
experiencia de los profesionales y la ayuda incondicional de la familia y de
los amigos puede llegar a definir esta enfermedad.
Por otra parte, la esquizofrenia es una enfermedad que presenta muchos y
variados síntomas pero ninguno es específico de ella sino que pueden
encontrarse también en otras enfermedades mentales.
Los síntomas en la esquizofrenia son de dos grandes tipos: positivos
y negativos y su tipo y frecuencia dependen del momento y gravedad de
la enfermedad. El calificativo de positivo o negativo nada tiene que ver con el
hecho de que sean buenos o malos.
Serían síntomas positivos aquellas manifestaciones patológicas que las
personas “sanas” no experimentan, como las alucinaciones y los delirios, y
estaríamos hablando de síntomas negativos a aquellas
conductas “normales” que el paciente deja de tener por su enfermedad, como no
experimentar sentimientos en determinados casos, no tener voluntad para hacer
algo concreto y sencillo, no tener un pensamiento fluido y coherente y otros
similares.
El que predominen unos u otros síntomas es lo que determina que una
esquizofrenia se clasifique como de un tipo o de otro: esquizofrenia paranoide
cuando predominan los síntomas positivos y esquizofrenia hebefrénica cuando predominan
los negativos.
Es habitual que, con el paso del tiempo, los síntomas de la enfermedad se apacigüen
y casi desaparezcan, quedando el paciente con las “secuelas” de la misma que
consisten en un estado de pasividad, torpeza de pensamiento, abandono del
cuidado de sí mismo y de su casa y sentimientos fríos hacia las personas, pero
sin presentar delirios ni alucinaciones. Se dice entonces que el paciente se
encuentra en una fase residual de la esquizofrenia.
Los síntomas más típicos de la enfermedad y que tenemos que conocer para
poder valorar en que momento y nivel de gravedad está nuestro paciente o
familiar son los siguientes:
a.
Trastornos
del pensamiento: el
pensamiento pierde fluidez y coherencia, resultándole al paciente casi
imposible el concentrarse o el utilizar su mente para operaciones incluso
sencillas, manifestándose en la práctica por el hecho de que el paciente dice
cosas que para los que le rodean no tienen sentido.
b.
Falsas
creencias: son lo que
se denominan delirios; o sea, ideas absolutamente falsas que el paciente ciegamente,
que persisten a pesar de intentar explicárselo al sujeto y que no tienen
explicación. Es el caso de “creerse perseguido por alguien, creer que hablan de
él en los medios de comunicación o en carteles, creer que le miran, que hablan
de él, etc.” es lo que el lenguaje popular ha sancionado con la palabra
paranoide.
c.
Alucinaciones: consisten en percibir cosas, sonidos o
sensaciones que en realidad no existen. Por ejemplo, oír voces (que muchas
veces les insultan y les dan ordenes), ver objetos inexistentes, oler cuando no
huele a nada y tener sabor a algo (que puede interpretarse como que le están
envenenando la comida)
d.
Negación
de la enfermedad: es
uno de los síntomas que más daño hacen al paciente a familiares y
profesionales. Se trata de negar absolutamente que exista la enfermedad, es
decir, carecer de toda conciencia de que se está enfermo.
e.
Cambios
en las emociones: la
afectividad en términos generales da un gran cambio, generándose al principio
alteraciones de las emociones sin motivo con cambios de afecto hacia sus
familiares, amigos y conocidos. El cambio puede acelerarse y llegar casi a la
ausencia de sentimientos que se traslucen en una cara inexpresiva y desinterés
absoluto por cuanto le rodea. También podemos encontrarnos con emociones que
nada tienen que ver con los acontecimientos concretos, como llorar en una
situación feliz o viceversa.
Estos síntomas no tienen por qué darse conjuntamente en todas las personas
con esquizofrenia, ni presentan la misma intensidad en unos y en otros, pero lo
que sí es cierto es que su aparición rompe bruscamente la vida del paciente y
le impide, en un gran porcentaje de casos, llevar una vida normal tal y como la
llevaba antes, hasta que el sujeto tiene un tratamiento y la fase aguda de la
enfermedad remite.
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