En consenso todos los profesionales de la salud mental y la Organización
Mundial de la Salud (OMS) definimos a una persona con esquizofrenia aquellas
personas que, sin motivo aparente, presentan una conducta anómala que dura más
de un mes ininterrumpidamente y que se caracteriza por distorsión de la
percepción, del pensamiento y de las emociones, creyendo el sujeto afectado por
esta situación, que sus sentimiento, pensamientos y actos más íntimos son
compartidos por las demás personas llegando a sentirse de forma enfermiza el
centro de todo cuanto ocurre.
Así pues y mientras nadie demuestre lo contrario podemos, avalados por la
OMS, hablar de la esquizofrenia como una enfermedad que va a romper bruscamente
la línea vital de la persona y va a condicionar su futuro y el de sus
familiares y amigos.
Estamos pues ante un desorden cerebral que deteriora la capacidad de las
personas para pensar, dominar sus emociones, tomar decisiones y relacionarse
con los demás. Es una enfermedad crónica, compleja que, al igual que ocurre con
la epilepsia, la diabetes o muchas otras dolencias de larga evolución, no
afecta por igual a todos los pacientes.
En tres de cada cuatro casos se detectan los primeros síntomas entre los 16
y los 25 años de edad, afectando por igual hombres y a mujeres de cualquier
país, cultura o estatus socioeconómico. Suele afectar más gravemente a la
persona cuanto poco frecuentes, tienen mal pronóstico. En las mujeres suelen
empezar algunos años más tarde, motivo por el que su evolución es más benigna
que en los varones.
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